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EL HARTANTE «VASO DE AGUA» [RRL]

  • RICARDO R. LAUDATO
  • 3 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 12 may 2024

Uno de los indicadores más seguros de ser poseedor de un saber ortográfico-gramatical anodino es la idea de que hay una explicación para cada unidad de la gramática o de la ortografía de una lengua, como si las dichas unidades hubieran existido antes de la correspondiente existencia de las disciplinas que las utilizan. Dicho de modo condensado: las unidades, sea gramaticales sea ortográficas, no son extramentales. Habrá que insistir de otro modo: no hay unidad gramatical sin gramática, ni hay unidad ortográfica sin ortografía. En consecuencia, será hora de entender que ni la ortografía ni la gramática son disciplinas cerradas, concluidas, acabadas de una vez y para toda la eternidad.


Ahora bien, por otra parte, el asunto puede verse desde otro ángulo. Es decir, el hecho de que pudiera haber una explicación para cada unidad gramatical u ortográfica podría ser apenas un ideal por alcanzar, nunca un hecho consumado. Sin embargo, la cosa no queda allí. Cuando se vive a pie juntillas el error arriba indicado, resulta inevitable sentir que se avanza o se hace gala de sutileza, inventando tanto dudas gramaticales como ortográficas (más las seudoexplicaciones de rigor). La pedantería asociada al (des)conocimiento de los idiomas (convertidos en lenguas, gracias a la gramática o la ortotipografía) es un comportamiento social indiscutible, porque todos la hemos practicado de una u otra manera.


Un ejemplo prototípico es la falsa y (literalmente) estúpida cuestión acerca de si debe decirse vaso con agua o vaso de agua. En rigor, esta falsa cuestión es apenas un acto de magia circense, una manera de engañar al crédulo; y en general, es un truco inventado por la pedantería herida de los maestros siruelas, a fin de parecer inteligentes y profundos, frente a un público ayuno de la apercepción idiomática. De los maestros siruelas, lo copian los pedantoides de todo tiempo y lugar.


Es inútil buscarle explicaciones eruditas al caso: la pedantería no se combate ni con la erudición ni con la inteligencia. La única manera de disolverla es exponiéndola por lo que es: ignorancia, sencillamente. Si cualquier hablante de español dice, por ejemplo, sin ruborizarse: tren de la leche, agua de borrajas, agua de sabor y señora de los pasteles; si dice hombre de palabra, vaso de noche o ventana de arriba; si continúa con mar de los sargazos, sanguche de jamón o bien tonto de capirote, puede decir, con toda confianza y sin turbación de ánimo, vaso de agua, vaso de vino o copa de champagne.


En otro orden de cosas, si hubiera que dar una explicación acerca del uso de la preposición «de», ante todo, habría que recurrir a la sintaxis y la semántica históricas del español, no a una seudológica pueril y sin luces en la mollera. Y es en esa seudológica, donde el pedantoide se siente a sus anchas: para él, carece de lógica decir que el vaso está “hecho de agua”. ¡Es increíble que aún no se haya percatado de que esa no es la significación de la frase! ¡El único que comete el error es él, y además sienta cátedra! Si es hablante de español y no sabe qué significa la frase vaso de agua, ¿qué remedio? Su error está ubicado antes de la lógica del conocimiento del mundo a la que finge recurrir para llamar la atención. Es obvio que no se lo va a convencer con las explicaciones apropiadas. Por eso, cuando usted se encuentre con uno de estos personajes, sonríale, dele una palmadita en el hombro y siga de largo. Hay otras cosas de las que ocuparse en la vida.


Hay, además, otro tipo de pedantón que busca pasar por amistoso y tolerante. Es el que extrae de la manga explicaciones del tipo las preposiciones tienen varias acepciones. Déjelo correr, también. Si la cuestión del vaso de agua es falsa, no hay respuesta concebible. Alguien puede preguntar muy sesudamente: ¿por qué no se afeitan los hipopótamos? Y alguien también puede intentar muchas respuestas para el seudointerrogante, las que van a ser, naturalmente, seudorrespuestas (y no solamente para los hipopótamos). ¿Y para los seres humanos? Eso dependerá del tipo de ser humano.

Los idiomas (no, las lenguas) son, ante todo, estructuras afectivas, y por lo tanto, son psicosomáticas; tienen muchas funciones, y las intelectuales son las más complejas de utilizar. Además, las explicaciones del tipo las preposiciones tienen varias acepciones son ocurrencias, más o menos verosímiles, con visos de explicación, como las despensas repartidas por los gobiernos: acallan el clamor, pero nunca matan el hambre. Y como todo esto está superando las proporciones razonables exigidas por una tontería, parece más indicado tomarse el vaso de agua en paz, sin dar importancia a las personas que braman por llamar la atención, aun desconociendo la gramática y la ortografía de la lengua que balbucean.

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