LA HUELLA IMPALPABLE DE DONA CANÔ
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Hace nueve años, el 25 de diciembre, murió Claudinor Viana Telles Veloso, popularmente conocida, en el Brasil, como «dona Canô», y se supone que su fallecimiento debió haber sido insignificante. Lo certificaría el menguante radio de incidencia de la noticia misma, cada vez más acotado, desde el Santo Amaro natal, a través del resto del Brasil, hasta dar en el dudoso «El Dorado» de celebridades en serie.
Empero, hay en esa insignificancia un primer factor que detona la sorpresa: más allá de la indiscutible ascendencia local, quizás la misma dona Canô explotó su destreza para volverse invisible, para esconderse detrás de la huella que, como dice aquel popular himno brasileño a san Antonio: «la tenía en brazos como un dios niño». Dicho con reticencia terrenal, supo simular, con picardía y seriedad a la vez, el motivo real de su importancia.
Esta declaración suya no deja a dudas al respecto: «Apenas fiquei conhecida por causa de meus dois filhos que nunca se esqueceram de onde vieram nem da mãe que têm». La frase hace patente que dona Canô sabía cómo hablar con los otros, y más aún si esos otros son periodistas. La frase es una perla de estilo, pues dice lo mismo que se le pregunta y deja en suspenso la verdadera respuesta. Además, la fama de los hijos no revestía importancia… frente a esa huella que emanaba de ella y a la vez la cubría, una huella que los hijos, obviamente aun para los ajenos, aceptaron como maestra.
Para algunos, entonces, Dona Canô no tuvo madera de celebridad. Tal vez poseyó un tipo de madera que parece haber cedido frente a la tecnocracia de la trivialidad. Con todo, es una madera que parece pulular en el Brasil, desde hace algo más de un siglo. Al menos, para un observador alejado, en más o menos los últimos ciento cincuenta años, se nota la presencia de un número considerable de mujeres de relieve que, como el samba, «agonizan aunque no mueren».
¿Podríamos comenzar con Chiquinha Gonzaga y terminar con dona Ivonne Lara? Son mujeres especiales porque, sin dejar de jugar su papel convencional en el tapiz social, son capaces de destejer la trama una y otra vez, de modo de transformar a la tesonera Penélope en una Circe que sabe más de lo que su callar expresa. Ulises, el hombre de los mil recursos, no pudo ni vivir ni medrar sin ellas. Acaso porque ellas mismas no renunciaron a ese rincón de virilidad que oculta la raíz, filológicamente hablando, de la voz «virgen».
Así las cosas, probablemente, pueda culparse a Chiquinha Gonzaga por el desarrollo centenario de la actual música popular brasileña. ¿Dentro de un siglo, cuál será la culpa de dona Canô? ¿El que tantos inteligentes y sabihondos no se hayan dado cuenta de su huella? ¿Van a condenarla a las páginas irredentas de algún manual de historia de la música popular? Tonterías. La verdad es muy otra: importa reflexionar sobre la figura huidiza y a la vez monumental de esta mujer. Más allá de la merecidísima fama de sus dos hijos.
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