SER CULTO [RRL]
- RICARDO R. LAUDATO
- 21 may 2024
- 1 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días

La voz «culto» podría aplicársele a un yo que palpa su propia inconsistencia descubriendo que lo Real (no el imaginario colectivo) urge, pues se desvanece y regresa por entre la marea montante del olvido y las olitas de los recuerdos personales. ¿Para qué cultivarse, pues? Ser culto fue una figura (símbolo de) judeo-cristiano-islámica que fructificó hasta que se marchitó en las mentes individuales de Euroamérica, gracias a la difusión de la imprenta. Sin aspavientos, lo Real aboceta espejismos en las fisuras imaginativas de cada grupo humano: algunos individuos sueñan con domarlos, con domesticarlos, mediante el uso de un artefacto inquieto al que la costumbre terminó asociando con la voz «libro». Otros grupos humanos, de África o de Asia, por ejemplo, pueden usar el tambor o las campanas de bronce.
En resumidas cuentas, ser culto comporta el volverse invisible; por eso, están de más tanto el pasar la vista por la superficie de las hojas impresas como el atosigar la antememoria con nombres propios y comunes, fechas u ocasiones de un pasado evocado como se evoca a los difuntos, sentados en torno a una mesa en la sesión espiritista. Contra toda perogrullada, si alguien logra volverse culto, es porque se cultiva, no porque lea libritos o escuche cancioncitas que le endulzan la «nescencia» obsecuente. Acaso no se logre ver lo específicamente cristiano de la nescencia: esa ignorancia radical que viene motivando, por ejemplo, al budismo desde sus inicios. Para descubrirla, en el orbe cristiano-ateo actual, formúlese una pregunta fundamental: si el libro es un artefacto inquieto, ¿cuál será, pues, el combustible que lo mantiene en movimiento?
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