EL DOLOR DE TITULACIÓN (Guido Ceronetti)
GUIDO CERONETTI
(trad. RRL)
Estudien por su cuenta y si es imposible, intenten investigar solos. Desconfíen de las aulas, de los codos, de la boca vista de frente, del volumen impreso, de la fotocopia, de la cafetería, del turismo, de la boleta electoral, del periódico, de la película, del manifiesto, del fármaco, del servicio de salud, del chocolate, del jugo de fruta, del cigarrillo, de la organización, de los afiliados a la organización, del dinero, de la máquina que hace cálculos y brinda información, del laboratorio, de todo. Mejor perder algo bueno por exceso de desconfianza que ofrecerle ciegamente un brazo a un engranaje que lo va a triturarlo.
Acaso solo la Grecia de los filósofos y la India védica conocieron escuelas verdaderamente libres. Nuestra Universidad es el fruto del poder eclesiástico que, una vez laicizado, no perdió jamás su estigma original. Hoy, una politización férrea y demoníaca le vuelve a sacarle brillo a la viejo tintura lúgubre. Sobre todo, pesa el hambre de cerebro humano propio de la industria. Librarse de todo eso es pura casualidad. Un padre responsable, al menos para que no le pese tanto la conciencia, les desaconsejará la Universidad a los hijos, más bien, va a esforzarse por hacerles aprender un oficio.
El oficio libera; el título universitario, no. El oficio venga de los títulos universitarios inútiles, y mejor si se lo acompaña del estudio, como lo recomendaban los viejos rabinos. Encuadernador de libros, agricultor, carpintero, hacer de juguetes de instrumentos musicales, apicultor... Ejemplo solar es Baruch Spinoza. Se ganaba la vida puliendo lentes a la perfección. También aprendió a dibujar y sabía hacer buenos retratos. Sabía pensar grandiosamente. Rechazó la cátedra suntuosa, en Heidelberg, el Elector Palatino, porque volviéndose catedrático temía dejar de ser un filósofo verdadero. En el «Tractatus Politicus» dice, con absoluto claridad, que las universidades, sostenidas por fondos públicos, están destinadas, no a cultivar sino a constreñir las mentes. Mejor la enseñanza individual, libre, a riesgo del que la ejercita. El hombre libre piensa así: que muera la universidad y viva el Maestro.
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