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LÍNEAS GENERALES PARA LA CONSULTORÍA LINGÜÍSTICA [RRL]

  • RICARDO R. LAUDATO
  • hace 3 horas
  • 4 Min. de lectura

Ya se trate de géneros discursivos (exposiciones públicas, interpretación simultánea etc.) ya de la redacción profesional, la consultoría lingüística encamina a advertir sobre la existencia de un habla perspicaz; es decir, de un habla pública que brota coherente del decurso maníaco de su cara interior. De hecho, los modos de expresión diarios están plagados de automatismos y giros idiomáticos, que fungen de sarpullido de la desatención y la falta de práctica. Ni la pedantesca inteligencia artificiosa (mejor que «artificial», pues no es espontánea) se salva de la especie, pues no hace más que imitar la involución de los modelos que copia; y la involución discursiva es el fantasma atribulado que se aparece sin invitación cuando hay carencia de perspicacia. En consecuencia, según la situación dialógica particular, hablar significativamente suele tornarse en un reto insuperable (basta ponderar los hallazgos idiomáticos de los que se presentan en sociedad como creativos publicitarios). El camino del infierno… Mejor inquirir: ¿es concebible hablar de “profesionalismo” cuando no se ha estudiado nunca el idioma que se espera hablar? Ha sido el R.P. Ivan Illich el que nos despertó del ensueño del hablante nativo (aunque pocos se hayan enterado, aún); por lo demás, unas dos docenas de tecnicismos no hace a la profesionalidad de nadie. Menos todavía si son calcos indigestos, por crudos.


                        En segunda instancia, la consultoría lingüística se vería obligada a sugerir la ñoñez de la noción del matrimonio paradisíaco entre la lengua oral y la lengua escrita, ya que la segunda brilla por su ausencia. La comprobación de la inexistencia de algo a lo que pueda denominarse lengua escrita es el resultado de la prestidigitación por la que, luego de casi tres milenios de uso alfabético, nuestro cerebro se ha modificado. Además la confirmación de este estado de cosas nos llega de un siglo de ocupaciones antropológicas y etnográficas, cuyas certezas jamás han llegado a los niveles formales de enseñanza. Dicho en términos cartográficos: la oralidad es el único continente común a las etnias humanas (a pesar de la fragmentación en idiomas); la lectoescritura es apenas la península alfabética de la oralidad (pues, además, hay sistemas de lectoescritura distintos del alfabético). La consecuencia más notable de esto, en el ámbito de la consultoría lingüística, es el cambio inevitable de la noción usual de orto(tipo)grafía.


                        Así las cosas, la orto(tipo)grafía deja de ser la presentación razonada de las normas de lectoescritura idiomática para volverse una rama del dibujo técnico, practicada con símbolos alfabéticos, con el fin de hacer carne la lectura silenciosa. Por ende, pues, la redacción pasa a ser la fabricación de un artefacto semiótico para la lectura silenciosa. Como se deduce de lo dicho hasta aquí, quien se acerque a una consultoría lingüística debe considerar la posibilidad de volverse artesano; es decir, en la mente del que sabe apreciar el rejuego entre las relecturas con ojo despiadado y los borradores. Por un lado, porque el artefacto semiótico depende de grafismos que nada tienen que ver con el habla cotidiana; por el otro, porque la página impresa tiene que transformar a los símbolos orto(tipo)gráficos (notas musicales) en panoramas visuales que evoquen vivencias, literalmente hablando, nunca vividas. Nunca como desde el siglo XIX, una hoja de papel se asemejó tanto a un telescopio o a un microscopio. No en vano, Marshal McLuhan habló, hace unos ochenta años, de la mente tipográfica


                        En tercer término, la consultoría idiomática puede extenderse a la interacción entre idiomas; especialmente, a partir de la cuestión de los neologismos, característicos de los intercambios humanos. En efecto, nunca debería soslayarse el hecho de que todo idioma y toda lengua son mestizos. Importa destacar, para el lector curioso, que idioma y lengua no son el mismo objeto mental, a pesar de lo que el uso certifique. Menos aún lo es la lengua de cultura que es el fundamento que la Modernidad, imprenta mediante, ha legado a la consultoría idiomática. Importa destacar, pues, que es en el ámbito de la traducción interlingüística (hay niveles de traducción intraidiomática) donde detonan con más virulencia la artrítica concepción del purismo idiomático y la noción equivalente, el habla de plástico (Uwe Pörksen). Estirando un poco el concepto del estudioso alemán, el habla de plástico iría desde un registro de habla ridículamente protocolar a otro fofamente populachero. Tanto el casticismo como el habla de plástico conducen a la (acaso mal digerida) creencia en los errores, sean idiomáticos, sean ortográficos. La consulta idiomática, por supuesto, puede partir de una simple pregunta: ¿hasta qué punto la lectura silenciosa de un impreso (o la escucha de una plática, lo mismo da) es capaz de revelar perspicazmente el aprovechamiento del error lingüístico-tipográfico? Desde esa interrogante a la cuestión del tratamiento de la mentira en el habla cotidiana, hay apenas un salto. Quizás tranquilice saber que el asunto del discurrir mentiroso (ficción incluida), no es, obligatoriamente hablando, tema de la consultoría lingüística. Sin embargo, el consultante advertido tendrá a bien recordar, a juzgar por el origen filológico común de las voces «mente» y «mentira», que, sin discurrir diario, no hay ni recuerdos ni habla idiomática (y menos aún inteligencia artificiosa).


                       

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