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LA SERENATA ORTOGRÁFICA [RRL]



Cuando apenas abre los ojos cegatos, acostumbrados a la plúmbea indiferencia sobre el particular, el voluble mundo hispánico se debate, internamente, entre el canibalismo y el filisteísmo ortográficos. Se dice «canibalismo», pues el ímpetu justiciero solamente se enciende frente a la transgresión de los otros; se dice «filisteísmo», porque, aunque la ortografía normativa no puede ser una irrefrenable cornucopia de hallazgos, el celo ortográfico nunca supera el enésimo giro alrededor de la noria ortográfica, que la escuela forzosa enseñó mal y que, por la retorcida fuerza de las cosas, ha sido peor digerida.


De hecho, si a alguno de estos campeones ortográficos se les consultara acerca de cuántos tipos de ortografía podrían reconocerse o bien por qué nunca hacen berrinches sobre la omisión escolar de la ortotipografía hacen mutis por el foro, haciendo flagrante que su saber es, simplemente, moneda falsa. ¿Habrá que repetir por enésima vez que lo que se desconoce permanece desconocido, justamente, porque no se lo aprecia? Es decir, no se sabe ningún tipo de ortografía normativa, claramente, porque no interesa, porque se la considera insignificante, si no despreciable. Ahora bien, como para estos quijotes la ortografía se relaciona íntimamente con la lengua escrita, ya deberían haber deducido que lo despreciable es la lengua que creen graficar. El voluble mundo hispánico, entre otras muchas pudendas disimuladas, esconde que se avergüenza del idioma que habla y la lengua que apenas logra redactar.  Sin embargo, como los quijotes aludidos aún no han descubierto que grafican escribiendo y que leen «desgraficando», su felicidad no conoce límites. Esa parece ser la fuente de su ímpetu justiciero.  


Lamentablemente, por otra parte, las respuestas precocidas y al alcance de la mano en el supermecado de las redes sociales no ayudan. Se olvida siempre que lo fácil no da réditos. Se agrega además el vergonzante sometimiento a una ortotipografía de raíz anglicista, tan desconocida y ajena, para ellos, como la española. Por lo demás, las doctas universidades promueven el híbrido ortográfico en nombre de una creatividad ilusoria (sin ya no fuera irrisoria) y exigen la obediencia ciega a unos manuales de estilo para lenguas extranjeras (el supermercado aquí resulta el paraíso recobrado), de cuya ridiculez nadie quiere acordarse, sobre todo, si no se oculta que, por lo que concierne a lo ortotipográfico, son tan ignorantes los que proclaman enseñar como los que simulan estudiar.


En fin, lo cierto es que ninguno de los campeones ortográficos (de la internet) se va a dignar leer («aprenderla» sería requisito inhumano) las setecientas páginas de la Ortografía de la lengua española, la que, desde 2010, pasa por ser la ortografía oficial de esa lengua de cultura, en franca extinción. Para pergeñar una analogía simpática, puede aseverarse que todo el celo y la defensa ortográficos se reduce a la serenata maquinal del profesor Jirafales a la doña Florinda anodina. El profesor repite cansino reglas de graficación en el plano (como la notación musical) que ni entiende ni utiliza, pues ni lee ni escribe con miras profesionales. De su lado, la doña descarga sus golpes y bofetadas en el instante en que parece estár en juego la insignificante reputación del hijo consentido (la ortografía escolar). En resumen, una serenata sin linfa ni nervio, fatua y prepotentemente fláccida, como la ortografía profesional que gastan los que garabatean un artificio retórico en agonía, al que confunden con la lengua española. Es un hecho: a pesar de los desvelos de la RAE, ¿qué lugar ocupa el español panhispánico en la Hispanidad? Ni se sueñe con preguntar por él en las doctas universidades.


Por supuesto, los memes sobre «ortografía» (nunca dicen ortografía normativa, porque nada saben de los propósitos de la ortografía plurisecular del español ni de notaciones más o menos algebraicas) son un pasatiempo adorable. ¿Es el límite del vigor psíquico de sus diseñadores? Es una verdad innegable que la orto(tipo)grafía solo puede utilizarse cuando se ha descubierto que es el material de la lengua de cultura y que, a esa lengua, se la puede saborear, únicamente, cuando se ha aprendido a leer, después del fallecimiento sigiloso de lo que George Steiner e Ivan Illich denominaron la época libresca.

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