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EL ESCRIBA EGIPCIO [RRL]



¿Despertaría ternura la ignorancia escolarizada, luego de cuatro mil años? Es decir, ¿qué pensaría un escriba egipcio de la perspicacia del comentario que acompaña a la imagen? Acaso, en un primer momento, lo invadiría un terror descomunal al contemplar en su imaginación, literalmente hablando, la barbarie que se sueña perspicaz; luego tal vez comenzaría a sentir una cierta ternura… A los hechos: al usar un emoticón, se aplica una inteligencia (¿emocional?) mil veces más oxidada que la de los animales científicamente sojuzgados en algún laboratorio. ¿Será por eso que muy pocos entienden qué sea la lectoescritura jeroglífica (y sus variantes), a pesar de los títulos habilitantes que las universidades de hoy prodigan inflacionariamente? No hubo universidades en el Egipto antiguo. Algún comentarista incómodo sugirió que las llamadas pirámides reflejarían conocimientos que ningún libro contiene. Sorpresas te da la vida. Por otra parte, la imagen reza: back to the same language. La consabida niñería anglófila acerca de un lenguaje humano (evitando siempre la claridad de una frase como lenguaje articulado) que es más mitológico que las películas sensibleras. En todo caso, ¿el egipcio podría notar el supuesto regreso? Tal vez sí, en medio de carcajadas que harían desbordar el Nilo fuera de estación.


Ahora bien, si de «lenguaje» se trata, dejémonos vencer por el signo de los tiempos, pautado por la lingüística. De hecho, es imposible afirmar que los escribas egipcios concibieran nuestra sintaxis; empero, es patente que los diseñadores de las unidades de lectoescritura supieron, paulatinamente, lo que hacían (no como el diseñador de la imagen). La complejidad del entretejido de símbolos (para no mencionar la hondura de la imaginación) no encuentra lugar en los estudios terciarios, acaso desde la época en que Oscar Wilder era estudiante. Quizás por ese motivo apenas, a esa complejidad, se la rebaja en películas protagonizadas por dementes incurables o tarados afectivos (hoy, psicópatas o sociópatas), por profetoides o gobernantes totalitarios, por profesores cerebroides, magos negros o niños semidiotizados. Son caricaturas fofas que tratan de imitar al Próspero shakespeariano. Nada que no se lea en el Quijote, por otra parte.


Queda, para el final, el hecho de que ese falso lenguaje sería la misma cosa cuando se habla, cuando se lee y cuando se escribe. Se trata siempre del mismo objeto, sin cortapisas. Este aspecto no resultaría una nota de color si no fuera porque la afirmación sobre el regreso a unos cuatro mil años atrás no fuera hecha por un grafómano. En efecto, una persona que no puede imaginar nada si no esa nada no queda encorsetada entre símbolos alfanuméricos, ¿cómo sería capaz de imaginar aquello que ni siquiera puede tomar cuerpo en las voces de un idioma cualquiera, pues ni alcanzan ni han sido modeladas para hacerlo? Por ejemplo, si los egipcios antiguos reconocían la existencia de un orbe imaginal, de un mundo intermedio entre el Intelecto divino y las vivencias humanas, habituales en la vigila sensible, ¿cómo lograría entenderlo (y menos expresarlo) un lector actual, incapaz para la lectoescritura jeroglífica? Es una pregunta que el viajero del presente ni sueña con hacerse a sí mismo. Como lo ha enunciado el vate: No discurramos del asunto y sigamos de largo.

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