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CAETANO VELOSO: IMPECABLE


Como era de esperarse, Caetano Veloso, en su concierto «Ofertorio», ofrecido gratuitamente, ayer, en los jardines de la Ciudad Universitaria (UNAM), es siempre impecable. Podía, obviamente, no esperarse lo mismo de sus tres hijos, Moreno, Zeca y Tom, pues son jóvenes y van construyendo su figura pública de la mano del padre, relativamente. Ninguno de los tres defraudó al público. Si se piensa que Caetano, en su familia, es la primera generación dedicada profesionalmente a la música y la poesía, se vuelve casi obligatorio pensar que lo Real existe.

Hay demasiado para decir de Caetano Veloso, demasiado que no se dice porque acaso no sea un saber a voces en el mundo hispánico. Muchos de sus «seguidores», ayer, trataron de asociarlo con el ideario de la unidad continental hispanoamericana. Algo de eso hay en Caetano, aunque también hay mucho más y algo de menos. Falta en esa consideración, desangelada, con olor a naftalina y torpemente forzada, el simple hecho de que Caetano Veloso es uno de los más relevantes (aun a los casi ochenta años) «coreopoetas» de un Brasil que, para bien o para mal, tiene poco de americanista y todo de americano.

Baste con señalar un hecho: no hay «creador» en todo el mundo hispánico que pueda arrogarse el título de «antropófago» que le cabe y le corresponde con toda justicia a Caetano Veloso. Y la «antropofagia», paulista y brasileña, no es apenas una ideología para ser llorada hasta los mocos, mientras el alma se diluye en una utopía victimizante y hasta algo envidiosa. La «antropofagia brasileña» es una forma netamente americana (cosa que ni es la cacareada «Teología de la liberación») no solo de pensar y de sentir, sino de conducirse musical y teatralmente. Que no engañen las voces «musical» y «teatralmente»; nada tienen que ver con el submundo del espectáculo. Entiéndaselas en sus acepciones más o menos originales, y se verá que acaso sean las puertas a una pequeña sabiduría aún en barbecho. Una sabiduría que quizás sea, con el pasar de los siglos, una refundación de un continente absurdamente herido por extraños y criollos.

Mucho habría para decir de Caetano Veloso. Otro ejemplo, completamente inesperado, puede notarse en su referencia,durante el concierto, a su religiosidad personal. Al hablar de una composición suya para la celebración de los noventa años de Dona Canô, su madre, un pilar del catolicismo de Santo Amaro da Purificação, Caetano Veloso no dijo «soy ateo», sino «no soy religioso». Quien conozca la sensibilidad filológica de los Veloso (y de muchos de los «coreopoetas» brasileños) sabe perfectamente el peso de la opción de las palabras. Fue un respetuoso homenaje a su madre, ya fallecida, y a las creencias de sus hijos. Además, fue un golpe a sus posiciones anteriores tal vez menos perspicaces. Hay algo que Caetano Veloso no puede evitar, según parece, la seducción de la inteligencia que no es meramente ingenio verbal.

Hay que continuar repitiéndolo; mucho podría decirse de la trayectoria de Caetano Veloso que, para el ojo entrenado, pudo verse ayer en el concierto ofrecido en CU. No es este el lugar adecuado. En todo caso, para culminar el comentario y a modo de resumen, Caetano Veloso no defraudó al público (más bien lo envuelvió superándolo ilimitadamente) congregado en el amplísimo parque universitario, simplemente, porque continúa siendo un «coreopoeta» que no le tiene miedo a la inteligencia. Y empezamos a creer que no le tiene miedo, aunque esa inteligencia llegue a negar la existencia misma de Caetano Veloso.

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